Sunday, July 20, 2008

Caution: fornicating zone.

La ventaja de vivir cerca de Tlalpan o de que sea una ruta frecuente, es que te enteras cuando abren un nuevo hotel/motel. Y déjenme contarles que ¡no hay nada mejor que un hotel nuevecito! De hecho, conozco pocos que ya tengan el año de cumplido, porque por un tiempo me volví cazadora de hoteles. Así conocí el motel del Aranjuez, el que abrieron pasando Eje 6, sobre Plutarco Elías Calles, el Hotel & Villas La Viga, en Santiago...

Y cagadamente, justo anoche conocí el Xanadú, que tiene unos meses de vida, cerca de Metro Villa de Cortés. Tenía ganitas de conocerlo, pero para ser sincera, no había con quién. Y anoche, por el gusto de dormir acompañada y por quitarme las ganas de conocer el hotelín, desembolsé la raquítica cantidad de $280 viejos nuevos pesos. Oh sí, pagué yo. Y no es la primera vez. Ni la última. ¿Qué? Las mujeres también tienen dinero pa'l hotel, que no se los hagan pendejos. Además, aceptan tarjetas, así que no hay pretextos, niñas. Abrir las patas no es todo lo que pueden hacer para que se las cojan. Contribuyan al gasto, marras.

Los pasillos me recordaron algún hotelito agradable y pequeño de Acapulco. Muchas ventanas, lo que me encanta. Obvio, que daban al estacionamiento y al motel, pero aun así, la luz entra y no vuelve al hotel el típico de paso, que de tan encerrado sientes que haces algo mal. La decoración muy agradable, con pinturas fuera del cotidiano bodegón.

La habitación minimalista consiste de la camota con cobertor plateado, y almohadas con la "marca registrada" impresa. Y no, no me refiero a algún detalle escatológico o nasty. Me refiero a que decían Xanadú, al igual que la sábana. Roperito con ganchos, mini consola para las cositas que traigas en las bolsas. Eso sí, su pantalla plana Samsung Bordeau con tres canales de porno (soft porn, porn genérico y hard core), dvd y una regadera transparente, con vista a la habitación.

Cómodo, limpio, sin una patinada de mosca. Y la regadera, regresando al tema, como la del Aranjuez que también es transparente pero con líneas más opacas, permite dar chou mojado... y verlo, si el muchacho está agradable.

Recuerdo que escribí un cuento inspirada precisamente en esa experiencia del chou de regadera. Pero ahora ese cuento fue mandado al draft. El punto es que podría contarles indiscreciones de mis visita a hoteles/moteles, pero ninguna es la típica visita puerca (salvo aquella infame ocasión en que un grupo de amigos nos metimos a la misma habitación, bailamos desnudos en la regadera y luego cada quién fue a follar con su cada cual, menos la que suscribe, pues resultó quedarse siendo el número non...). Todas mis visitas a hoteles han sido memorables, románticas o cachondas ya sea el caso, pero siempre memorables.

Recuerdo esa habitación tan pintoresca del Hotel Estadio, en Guadalajara. Tan tapatía, con maderas pintadas y esas cosas que parece que compraron en Tlaquepaque. Su baño blanquísimo, que hacía contraste con la morena y velluda piel de aquel.

Recuerdo el año nuevo que pasé empiernada, escuchando los fuegos artificiales, en el Hotel Roosevelt. Hasta hace poco aún recordaba el número de habitación, pero ahora parece que fue hace tanto que ya ni me acuerdo qué tanto era más alta que el minivampirito.

Recuerdo Alaska y la visita del ruso... recuerdo cómo me brincó el corazón cuando lo vi por la mirilla de la puerta.

Recuerdo el Aranjuez, el Alpes, Pirámides (ambos), el Portales... los recuerdo todos y cada uno con su particular valor. Y a los hombres que iban conmigo, también... y a la lista, se suma el Xanadú y su habitación sin sillas ni burós, sólo el baño de vitrina, Miss Congeniality II, la primera chupada de los dedos de los pies que me han dado en mi vida, tú y yo... ah sí... y Andrés.

Monday, July 14, 2008

Autores que nos tocan.

Joanna Flores encontró la pasión de su vida en el cuerpo y la voz de un hombre prohibido.
Durante más de un año lo vio llegar febril hasta el borde de su escote, que parecía que saldría volando tras cada abrazo. Hablaban mucho, quizá demasiado, se conocían como si hubieran nacido en el mismo cuarto, pero a veces se sentían completos desconocidos. Se provocaban temblores y dichas con sólo tocarse los abrigos. Lo demás salía de sus cuerpos afortunados con tanta facilidad, que al poco rato de estar juntos el cuarto sonaba a Beethoven a duelo con Chopin y olía a perfume como si lo hubiera creado Coco Chanel.

Aquella gloria mantenía sus vidas en vilo y convertía sus muertes en imposible. Eran hermosos como un hechizo.

Hasta que una noche de febrero... el hechizo se rompió. Ella se guardó los reproches y simplemente se despidió. Salió corriendo y no quiso volver a saber más de aquel amor.




Adaptación de un cuento de Ángeles Mastretta, sobre Amalia Ruiz, donde parece que es una tal Joanna Flores la protagonista... malditos escritores, de repente retratan la vida de uno a la perfección.