Wednesday, May 17, 2006

LA CAJA DE FAROS.

Creo que nunca te vi bien la cara. Cuando te asomaste por la ventanilla, la luz te daba por detrás y resaltaba la oscuridad del interior del auto.

-Bueno, bonito y barato- me dijiste.
-¿Limpio?- te pregunté.
-También.

Tiraste tu cigarro y subiste; casi inmediatamente cruzaste las piernas. Te retorciste incómoda, metiste la mano bajo tus nalgas y sacaste un juguete de goma.

-Perdón, eso es de los niños. Échalo atrás.
-¿Hijos?
-Sí, dos. Niño y niña.
-Ok, da lo mismo.

Te jalaste un poco la falda y volviste a cruzar las piernas. Yo miré tus rodillas, enfundadas en medias de red. Tu voz ronca y aguardientosa me indicó el camino al hotel más barato y cercano. Esa voz me excitó inmediatamente. Tú te diste cuenta de cómo me humedecí los labios.

-Mira nomás, no abre aun su regalo y ya se emocionó.
-Es que tienes una voz muy cachonda.
-Es el frío... y el cigarro.

Pedí un cuarto en la ventanilla de la recepción. Subimos tres pisos por las escaleras. Tú por delante, enseñándome las nalgas. Yo creo que exagerabas al moverlas, pero no me quejé. Ese contoneo me excitó más. Llegamos a la puerta y la abriste, lanzándome una mirada traviesa sobre tu hombro. Pa' mí que a tí también te gustan esas ondas, no creo que fueras tan amable con todos tus clientes cada noche.

Entramos a una penumbra azul, apenas clareada por un foco de la calle. Yo me quedé junto a la puerta. Tú caminaste hasta la cama, te quitaste tu bolerito de peluche y empezaste a buscar algo en tu bolsa. Sacaste una caja cuadrada.

-Qué onda, hablemos de precios.

Encendiste otro cigarro y me recitaste el menú. No imaginaba que hubiera tantísimas opciones para alguien como yo.

-El dinero no importa- saqué un fajo de billetes de la bolsa de mi chamarra-. Quiero pasarla bien... es... es mi primera vez con una mujer... como tú.
-Ah, en ese caso, te mereces un trato inolvidable. Ven, acércate.

Yo esperaba una mujer fría, que estuviera ahí sólo para hacer su trabajo. Pero fuiste tan dulce y amable, comprensiva. Me desnudaste con suavidad, como si el tiempo no importara. Y claro que no importaba, desde que viste el dinero. Me dejaste desvestirte de la misma manera, sutil, pausada, mirando cada detalle de tu piel morena. No creí encontrarme con alguien tan linda en la calle. Tus senos firmes eran más bonitos que los pocos senos que había visto en mi vida. Tus pezones aun eran pequeños, no de esos grandes que se les hacen a las mujeres que ya tuvieron hijos.

Tu vientre, plano, terminaba en una negra maraña de vellos sin depilar. Pero tu pubis me gustó. Y sí, se veía limpio. Tendrías mi edad, acaso, por eso no me sentí ni más ni menos que tú. Sólo sabía claramente que tú sabías más de esto que yo, que estúpidamente sólo podía mirarte sin atreverme a tocarte. Tú tomaste mi mano y la pusiste en tu pecho. Hiciste lo mismo con la tuya en el mío. Y así, me guiaste hasta la cama.

No esperaba que esta experiencia fuera tan grata. La incomodidad pasó desapercibida ante tus caricias y besos. Yo creí que las de tu oficio no besaban, pero esa noche fue como si la hubiera pasado con una novia y no con una puta. Cuando desperté, el dinero que había dejado en la mesita de noche ya no estaba; en su lugar, quedaba una caja de cigarros, de esas que son como latitas. Tenía pintado un corazón volador que me miraba, me perforaba, me leía la mente y veía mis recuerdos de la noche anterior. Esas memorias de mi primera vez con una mujer. Después de 35 años, entregada a hombres egoistas e inútiles que nunca me pudieron satisfacer, viniste tú y me diste una noche completa de todos esos orgasmos que ellos no pudieron darme.

No vi bien tu cara, pero guardaré tu cajita de cigarros y así esta noche nunca la voy a olvidar. Y menos mi marido si se entera en qué me gasté la quincena.