El deseo que me drena las energías estos días es uno muy intenso. Me turba la mente casi en todo momento. Es un deseo que seca, pero que al mismo tiempo nutre. Un deseo que me despierta por las mañanas, interrumpiendo sueños donde satisfago mis ganas.
Unas ganas de arrancar botones con los dientes, de rasgar telas y piel con las uñas. De lamer lunares en lugares escondidos y besar una a una las vértebras de una columna. De sentir el calor de un cuerpo tendido, desnudo, a mi lado, sobre o debajo. De beber el sudor salado de un cuello y aspirar con fuerza el aroma de un aliento que no es el mío.
Este deseo hace que me sienta caer, para levantar el vuelo casi inmediatamente. Un deseo que en teoría se asemeja a un orgasmo interrumpido y a la inversa. Y debido a eso, tengo los sentidos agudizados más de la cuenta. Siento más el frío, el calor, el hambre, la ansiedad, el vacío. La luz matinal que se filtra por entre las persianas y que perfora mis párpados, es más dolorosa. Aunque, contradictoriamente, los sabores y los olores se vuelven más confusos, así como las texturas. El dolor se torna más intenso, el sueño también, pero el insomnio siempre gana la batalla.
No hay razones que expliquen este deseo. Es de una naturaleza tan animal, y es de un animal tan extraño, que no hay definición exacta o ley que se pueda aplicar. Incendia las entrañas, humedece los ojos y oscurece la memoria. Los murmullos internos se vuelven voces que gritan, y todas gritan lo mismo: ¡ya, lo quiero ya, lo queremos ya, lo quieres ya! Y contra esas voces, no hay quién las calle.
Mis manos se sienten vacías, de esas manos; ansiosas de pasearse por ese cabello, o por ese pecho y abdómen. La ausencia de ese cuerpo enfatiza la presencia de otros cuerpos, lo cual llega a ser incluso molesto. Así como el peso de la ropa. Vuelve insoportable a la vestimenta, y la desnudez se convierte en un estado recurrente.
Así también las fantasías de que mis manos son las suyas cuando se pasean por mi cuerpo, en un vano intento de sosegar las ansias nocturnas. Y cuando llegan a mi entrepierna, donde palpita más fuerte el deseo, es donde me doy cuenta que mis manos no son tan hábiles como las suyas. Y aun si pudiera llegar hasta ahí, yo sé que mi boca no podría provocar el mismo efecto que la boca con la que sueño.
Es un deseo por volver a comer y beber algo de lo que ya me han convidado antes. No es sólo una alegoría de lo que podría ser, sino de lo que ya fue. Una repetición, que no igual, de un momento único de mis recuerdos. No de mis sueños, sino de una realidad.
Que está ahí, latente... pero que no llega. Y yo espero... y espero... y...
Que está ahí, latente... pero que no llega. Y yo espero... y espero... y...