Monday, November 10, 2008

Y un día, él le hizo la pregunta:


-¿Por qué no dices nada?
-Cuando no digo nada, es muy buena señal: significa que me siento intimidada. Cuando me siento intimidada, es muy buena señal: significa que me siento turbada. Cuando me siento turbada, es muy buena señal: significa que me estoy enamorando. Y cuando me enamoro, es muy mala señal.

Ella lo quiso porque estaba casado. Se enamoró de él porque no estaba disponible. Porque no podía conseguirlo, porque era algo prohibido, secreto y malvado. Lo quiso como a todos los hombres que una no tiene derecho a ligarse: su padre, su primo, los novios de su hermana, y su primer amor, imposible, de dirección única. El amor es como el dominó: la primera caída arrastra todas las demás. Lo deseó como a todos los chicos guapos de su infancia. Hasta que le dijo "Cuando me enamoro, es muy mala señal" y él no se sorprendió. Lo citó en su casa, para salir a un bar. Luego, todo fue demasiado bonito para ser verdad. Bastó con que él acudiera a la cita.

Es una lástima enamorarse tan fácilmente. Los que están liados llevan una explosión de sensualidad dibujada en el rostro. El placer es la espada de Damocles del matrimonio. Ella lo llevó hasta su casa nuevamente, para hacer el amor en el suelo de su estancia, tirados y semidesnudos entre el sofá y la mesita. El orgasmo más largo de su vida.

Ella estaba tan enamorada de él, que su cuerpo se rebelaba cuando no estaba a su lado. Le salían granos, alergias, sarpullidos en el cuello, sufría dolores estomacales, insomnios continuados (y esos aún). Cuando el cerebro cree controlarlo todo, el corazón se rebela, los pulmones se quedan sin aire. Toda persona que niega su amor, se convierte en un adefesio y cae enfermo. Estar sin él la afeaba. Y eso sigue siendo válido hoy: la droga no es lo único que se echa de menos.



* Frédéric Beigbeder, 13'99 euros.

Tuesday, October 21, 2008

Cena para dos.


  • Raviolini de carne y queso, con gravy y salsa de tomate con romero.
  • Hongo relleno de vegetales a las hierbas y aceite de tocino.
  • Filete con costra de nueves, con reducción de mostaza, puré cremoso de papa.
  • Vegetales al vapor salteados con mantequilla al chile y la pimienta.
  • Fresas maceradas en vodka, con tapioca en crema inglesa.


-¿Vienes a cenar?
-¿Qué vas a preparar?
-El menú es importante, pero no tanto como la manera en que vamos a quemar tantas calorías.
-¿Quieres que lleve algo?
-Trae condones. Esta noche no puedo comerme tu carne con todo y sus jugos.

Así arrancó una velada inolvidable que terminaría en nosotros dos, nuevamente empiernados, sudorosos y desnudos.
Cuando llegaste, yo apenas terminaba de dejar todo listo. Parecería que preparar la cena para dos es fácil, pero de hecho resulta complicado. Cocinar diminutas porciones es laborioso y od termina hecho un desorden, pero de esto tú no te diste cuenta. Cuando llegaste, no me encontraste sucia, con las manos grasosas o harina en el cabello. Todo lo contrario: tuve tiempo de arreglarme, para que me encontraras sexy, limpia, radiante y seductora. La casa además olia deliciosa, con toda la comida recién preparada, así que no quise echarlo a perder usando perfume.

-¿Quieres beber algo? Lo que sea.
-Quiero beberte.
-No me paré tres horas en la cocina para que apresures las cosas. ¿Tequila, whiskey, café, ginger ale?
-¿El tequila es Chamucos?
-Por supuesto, cariño.
- Derecho, en uno de tus vasitos rojos.
-¿Ya les tomaste cariño?
-Me gustaría acostumbrarme a ellos, aunque aún son novedad.

Te serví el tequila, inclinándome frente a ti para que tuvieras visión de primera fila de mi escote.

-¿Segura que no podemos saltarnos la cena?
-Te va a gustar, no seas impaciente.

Mientras caminaba junto a ti, colocaste tu mano de manera que al pasar, rozó suavemente mi pubis. Ese simple contacto hizo que yo quisiera brincarme la cena, pero de verdad todo había quejado justo como yo lo esperaba.

Procuré vestirme de manera muy casual. No era necesario ponerme algo que sabía terminaría arrugado en el suelo en un par de horas, así que después de cocinar sólo me puse ropa limpia. Pero bajo los jeans me había puesto el nuevo par de medias que sabía notarías al desnudarme. Tú mismo lo has dicho: eres un hombre de piernas.

-¿Cuánto tiempo tomará la cena?
-El necesrio. El único propósito de la comida es abrirte el apetito para después. No pretendo que lo pierdas.
-Ya me estoy muriendo de hambre de ti, ¿qué más quieres?
-Más. De verdad te va a gustar, procura disfrutarlo.

Las entradas representaban esa primer etapa, el preludio a la unión de nuestros cuerpos. Puse frente a ti un tazón humeante, como si estuviera lleno de besos ansiosos, como lo son aquellos primeros besos cuando el deseo te burbujea repentinamente. Comiste cada bocado pausadamente, disfrutándolo uno a uno, como queriendo frenar el ansia. Yo te observaba con una media sonrisa en los labios. Lo mejor de todo es que no hablabas. No perdías el tiempo en comentarios u observaciones, justo como cuando más excitado estás en la cama y te concentras sólo en sentir.

-Reconozco que sí: efectivamente me está gustando.
-Esntonces vamos por buen camino. Sigamos.

Volví de la cocina con los hongos rellenos. Te desconcertó no hallar un tenedor sobre la mesa. La falta de cubiertos era parte del juego, para que usaras las manos. Lo hice yo primero y entonces tú tomaste el redondo hongo y lo mordiste lentamente.

Los jugos corrieron inmediatamente por tu barbilla. Con un ligero rubor, murmuraste una disculpa y te limpiaste. Yo sonreí al evocar lo que este plato representaba: ese primer hervor, la primer oleada de humedad caliente que explota en mi entrepierna cada que me muerdes un seno. A propósito había guardado especial cuidado en el color, tamaño y textura de los hongos que seleccioné.

Para tu segunda mordida, ya estabas cerrando los ojos. Absorbías el jugo que manaba del centro del hono y pasabas discretamente la lengua para capturar alguna gota furtiva. Cinco mordiscos bastaron para que dieras cuenta del hongo.

-Extraño platillo. Tenía la textura casi perfecta de tus senos, pero el sabor de tus jugos.
-Vas entendiendo el juego. Me gusta.

Me levanté y destapé la botella de vino. Coloqué dos copas y vertí líquido hasta la mitad de cada una de ellas. Por fin, traje cubiertos y el plato fuere. Pero en esta ocasión, el platillo era para mi placer. Despertar sensaciones personales. Evocar tu carne, representada por el filete casi crudo, caliente y rojizo. Un ligero sabor agrio y picante, pero nada desagradable al paladar, sólo lo más que pude acercarme a emular el sabor del escaso líquido seminal que escapa cada que te como. Claro que nada en la alacena se acerca a ese sabor embriagante, pero tenía que intentarlo.

Sabía que tú también disfrutarías el platillo, paro parecías más concentrado en verme comerlo. También habías entendido esta parte de la cena.

-¿Lo disfrutaste?
-¿La carne o lo que me recordó?
-¿Cuál disfrutaste más?
-La carne, imaginándola como la tuya.
-Pero sin cuchillo, por favor. Tienes un poco de puré en la comisura de la boca.
-¿No me pasa siempre? Que desordenada soy para comer.

Toda la noche había estado evitando besarte, específicamente por este momento: el postre. Una sola fruta roja y brillante, empapada en licor, como una lengua rubicunda y fresca. Acerqué mi silla, para alimentarte yo misma con la fruta. Al momento de morderla, descubrise que no era sólo una simple fresa y sorbiste ansioso el jugo, como si tan poco licor pudiera embriagarte. Cuando retiraba mi mano, la tomaste para lamer mis dedos, a sabiendas que eso me encanta.

-Me hubieras dado la fresa con el pie. Sé que te fascina que te chupe esos dedos más que estos.
-Buena idea. Para la próxima.

En el plato quedaban cuatro elementos finales. Cuatro diminutas esferas transparentes, perdiéndose en una crema ligera. Aceercaste el plato a tu boca y con la lengua moviste la primer esfera, probándola. De pronto, juntaste los labios y aspiraste, haciendo desaparecer la esfera en tu boca.

-Tiene el tamaño justo de tu clítoris.
-¿Qué te parece el sabor?
-No tan embriagante como el tuyo, pero casi tan dulce.

Hicieste lo mismo con las otras tres esferas y limpiaste el resto de la crema con una larga lamida con la punta de tu lengua.

Verte comer fue francamente una delicia y me alegré de que ya se hubiera terminado la comida. Ahora sólo restaba esperar que tu voraz apetito se manifestara. Cosa que sucedió cuando la última gota de vino salió de la botella.

-No podemos permitir que se avinagre - dijiste seriamente. Yo estaba completamente de acuerdo contigo.
-¿Podemos hacerlo en la cocina?- pediste como un niño que pide un caramelo.
-Donde quieras.
-Es que toda esta comida me evocó tu cuerpo, pero no me importaría revertir los papeles.
-Mientras me saborees con el mismo gusto que mostraste durante la cena, por mí está bien.

Y así fue. Sobre la alacena, entre los olores de la pimienta y el aceite de oliva, con el sonido de vasos, platos y cubiertos cimbrándose dentro del mueble, me comiste y yo te comí. Mordiste mis senos con la voracidad con la que te comiste los hongos, mientras mojabas tus dedosen la primer cascada de placer que me provocaste. Nos besamos con lujo de humedad y mordimos nuestros labios, buscándoles el relleno. Te devoré ansiosa, queriendo saborear tu sabor ligeramente picante. Sorbimos el licor de nuestras respectivas lenguas y tú trazaste un camino con la tuya, desde mi cuello hasta la esfera de tapioca carnosa que succionaste y besaste, cubriéndola con tus labios mientras bebías ávidamente el jugo cremoso que te bañaba el rostro.

Empiernados, sudorosos y desnudos terminamos en el frío piso de la cocina. Pero con el frío otoñal entrando por la ventana, decidimos seguir repitiendo el menú en la habitación, hasta quedar satisfechos.

Esa noche, por primera vez, te quedaste también a desayunar.

Tuesday, October 07, 2008

Satisfacción.

Durante mucho tiempo, dos años por lo menos, lo deseé a él. Escritor bizarro y onírico, él es uno de esos hombres que sin ser guapo, seduce. De voz increíblemente cachonda, sólo le bastaría susurrarle una pregunta cotidiana al oído de una mujer, para que ella caiga rendida.

O por lo menos sólo a mí me bastaría. Porque lo deseaba de una manera muy particular. Admirándolo profundamente lo deseaba.

Cuando él decidió que era hora de conocernos, por supuesto que accedí. Esperando lo mejor, afilé mis mejores armas, me cargué con una botella de tequila Chamucos a manera de ofrenda y me dirigí a la tan anhelada cita. No lo niego, fue agradable, pero no llegó a ningún lado. Plática amena, risas y el placer de conocernos mejor. Fue todo.
Yo realmente podía notar en él su decepción. Yo era más alta y regordeta de lo que él creía. Seguramente eso fue lo que provocó el resultado de esa noche: ambos partiendo solos a nuestras respectivas camas.
Por eso me sorprendió que nos encontráramos nuevamente. "Quiero que nos comamos" era su capricho. Él sabía que aceptaría, sabe lo mucho que me fascina, más allá de un plano corporal, en un plano idealista. Accedí y en pocos días estábamos listos para satisfacer las ganas. La habitación de un hotel barato nos dio el espacio propicio para brindar con tequila y satisfacer su deseo y el mío.
En el preciso momento en que posó su mano en mi cuerpo, un delicioso vértigo se apoderó de mí. Por fin se cumplía mi fantasía, por fin podría su carne contra la mía, sentir su calor, saborear su saliva y tal vez otros fluidos.
Cuando deseas a alguien tanto como yo lo deseaba a él, te imaginas las cosas de una manera, pero como ocurrieron fue algo deliciosamente diferente. Su tacto es tan preciso, increíblemente delicado mientras besaba y lamía mi pubis y rudo y animal al abrazarme y chuparme los senos mientras me penetraba de la misma manera.
Hablando de eso, la mayor sorpresa fue el tamaño de su pene. Siendo un hombre de no más de 1.65 mt. de estatura, creí que sus genitales no serían tan grandes. Antes de verla, la sentí. ¡Vaya que la sentí! Una está habituada a que las cosas entren sin mayor trabajo. Desafortunadamente así ha sido gran parte de mi vida. Nunca había tenido problemas con que algo no entrara.
Cuando por fin pude darle un vistazo, descubrí una de las vergas más hermosas que he visto. No, debo ser franca: he visto una o dos tan lindas, porque los penes son horribles, pero éste, a pesar de no estar circuncidado, era particularmente bella. Tenía la longitud más que perfecta y un grosor envidiable, exquisito.
Ponerla toda en mi boca representó un reto que lamentablemente no gané. No pude comerme más de la mitad y aún así él parecía disfrutarlo.

Y fue así que consumamos un deseo que llevaba largo tiempo macerándose. Eso fue hace casi dos semanas. Hoy tengo un gran problema: habiendo probado su carne y su jugo, me confieso adicta. Lo deseo más, no: lo deseo de otra manera, lo deseo intensamente, lascivamente.

Y en unos pocos días volveré a felarlo como sólo el objeto de mi más oscuro deseo se merece. Toda la noche, hasta que él se canse o se me disloque el maxilar, lo que suceda primero.

Que mejor que desear, que satisfacer los deseos.

Saturday, October 04, 2008

Caricia Urgente...



Tengo un secreto... bueno, varios.

Sunday, July 20, 2008

Caution: fornicating zone.

La ventaja de vivir cerca de Tlalpan o de que sea una ruta frecuente, es que te enteras cuando abren un nuevo hotel/motel. Y déjenme contarles que ¡no hay nada mejor que un hotel nuevecito! De hecho, conozco pocos que ya tengan el año de cumplido, porque por un tiempo me volví cazadora de hoteles. Así conocí el motel del Aranjuez, el que abrieron pasando Eje 6, sobre Plutarco Elías Calles, el Hotel & Villas La Viga, en Santiago...

Y cagadamente, justo anoche conocí el Xanadú, que tiene unos meses de vida, cerca de Metro Villa de Cortés. Tenía ganitas de conocerlo, pero para ser sincera, no había con quién. Y anoche, por el gusto de dormir acompañada y por quitarme las ganas de conocer el hotelín, desembolsé la raquítica cantidad de $280 viejos nuevos pesos. Oh sí, pagué yo. Y no es la primera vez. Ni la última. ¿Qué? Las mujeres también tienen dinero pa'l hotel, que no se los hagan pendejos. Además, aceptan tarjetas, así que no hay pretextos, niñas. Abrir las patas no es todo lo que pueden hacer para que se las cojan. Contribuyan al gasto, marras.

Los pasillos me recordaron algún hotelito agradable y pequeño de Acapulco. Muchas ventanas, lo que me encanta. Obvio, que daban al estacionamiento y al motel, pero aun así, la luz entra y no vuelve al hotel el típico de paso, que de tan encerrado sientes que haces algo mal. La decoración muy agradable, con pinturas fuera del cotidiano bodegón.

La habitación minimalista consiste de la camota con cobertor plateado, y almohadas con la "marca registrada" impresa. Y no, no me refiero a algún detalle escatológico o nasty. Me refiero a que decían Xanadú, al igual que la sábana. Roperito con ganchos, mini consola para las cositas que traigas en las bolsas. Eso sí, su pantalla plana Samsung Bordeau con tres canales de porno (soft porn, porn genérico y hard core), dvd y una regadera transparente, con vista a la habitación.

Cómodo, limpio, sin una patinada de mosca. Y la regadera, regresando al tema, como la del Aranjuez que también es transparente pero con líneas más opacas, permite dar chou mojado... y verlo, si el muchacho está agradable.

Recuerdo que escribí un cuento inspirada precisamente en esa experiencia del chou de regadera. Pero ahora ese cuento fue mandado al draft. El punto es que podría contarles indiscreciones de mis visita a hoteles/moteles, pero ninguna es la típica visita puerca (salvo aquella infame ocasión en que un grupo de amigos nos metimos a la misma habitación, bailamos desnudos en la regadera y luego cada quién fue a follar con su cada cual, menos la que suscribe, pues resultó quedarse siendo el número non...). Todas mis visitas a hoteles han sido memorables, románticas o cachondas ya sea el caso, pero siempre memorables.

Recuerdo esa habitación tan pintoresca del Hotel Estadio, en Guadalajara. Tan tapatía, con maderas pintadas y esas cosas que parece que compraron en Tlaquepaque. Su baño blanquísimo, que hacía contraste con la morena y velluda piel de aquel.

Recuerdo el año nuevo que pasé empiernada, escuchando los fuegos artificiales, en el Hotel Roosevelt. Hasta hace poco aún recordaba el número de habitación, pero ahora parece que fue hace tanto que ya ni me acuerdo qué tanto era más alta que el minivampirito.

Recuerdo Alaska y la visita del ruso... recuerdo cómo me brincó el corazón cuando lo vi por la mirilla de la puerta.

Recuerdo el Aranjuez, el Alpes, Pirámides (ambos), el Portales... los recuerdo todos y cada uno con su particular valor. Y a los hombres que iban conmigo, también... y a la lista, se suma el Xanadú y su habitación sin sillas ni burós, sólo el baño de vitrina, Miss Congeniality II, la primera chupada de los dedos de los pies que me han dado en mi vida, tú y yo... ah sí... y Andrés.

Monday, July 14, 2008

Autores que nos tocan.

Joanna Flores encontró la pasión de su vida en el cuerpo y la voz de un hombre prohibido.
Durante más de un año lo vio llegar febril hasta el borde de su escote, que parecía que saldría volando tras cada abrazo. Hablaban mucho, quizá demasiado, se conocían como si hubieran nacido en el mismo cuarto, pero a veces se sentían completos desconocidos. Se provocaban temblores y dichas con sólo tocarse los abrigos. Lo demás salía de sus cuerpos afortunados con tanta facilidad, que al poco rato de estar juntos el cuarto sonaba a Beethoven a duelo con Chopin y olía a perfume como si lo hubiera creado Coco Chanel.

Aquella gloria mantenía sus vidas en vilo y convertía sus muertes en imposible. Eran hermosos como un hechizo.

Hasta que una noche de febrero... el hechizo se rompió. Ella se guardó los reproches y simplemente se despidió. Salió corriendo y no quiso volver a saber más de aquel amor.




Adaptación de un cuento de Ángeles Mastretta, sobre Amalia Ruiz, donde parece que es una tal Joanna Flores la protagonista... malditos escritores, de repente retratan la vida de uno a la perfección.

Wednesday, May 14, 2008