Recuerdo muy bien el día que le regalé una aspiradora a mi mamá: había cobrado mi tercer cheque del año y me sentía de ánimo dadivoso.
Mi madre por fin había accedido a sustituir su vieja y descontinuada aspiradora, por una maravilla moderna, una "devora polvo", que también poseía la cualidad de aspirar líquidos. El día que la probó, quedó maravillada con la potencia y efectividad de su nueva compañera de trabajo. "Esta sí saca la mugre, no que la otra con su penoso poder de succión, apenas la remueve". Pero la nostalgia no la dejó deshacerse del vejestorio anterior, que fue almacenada en un oscuro e irónicamente polvoriento rincón.
Pero cuando me mudé a mi propio departamento, no tuve que rogarle a mi mamá para que me permitiera llevarme la vieja aspiradora. "Con tal de que la uses" agregó a su respuesta afirmativa. Así pues, la reliquia de la limpieza y yo, entre otros objetos, partimos hacia nuestro nuevo hogar, lleno de esperanzas... y polvo.
Los primeros meses en el departamento fueron terribles, tanto por las carencias como por la soledad. Peor aun: yo carecía de pareja, así que me sentía muy sola. Consideré muchas veces comprarme un vibrador, pero era eso o la delicia de desayunar con jugo de naranja y café fresco durante un mes. No había punto de comparación: jugo y café, definitivamente.
He de ser sincera, también había momentos positivos; como los días de limpieza. Me permitían absorberme en mis pensamientos, hacer una lista mental del super, cantar a todo pulmón, fantasear con aquel tipo guapo y gandul que se me había frotado en el metro... Y precisamente una de esas fantasías, aunada a una coincidencia maravillosa, fue la que prendió esa idea que hoy atesoro en mi vida.
Cierto sábado de limpieza, fantaseaba con el repartidor de agua de casa de mi mamá, cuando justo comenzaba a aspirar. Reparé en la forma del implemento para esquinas y algo en mí tronó como cuetito de feria. "No, mensa; ni siquiera lo pienses". Seguí aspirando atrás del sillón, tratando de alejar mis pensamientos del aspecto fálico del accesorio, pero mi imaginación no quería desprenderse de él.
"No, que asco. Las bacterias que ha de tener, mejor olvídalo" me decía a mi misma, cuando un terco papelito se negaba a pasar por el tubo. Cuando obligué a pasar la basurita con mi mano, ésta sintió la succión de la aspiradora. Inconscientemente la dejé ahí por un rato, haciendo cálculos y consideraciones mentales. Entonces me decidí. ¿Qué perdía? Absolutamente nada. Y si en todo caso mi experimento resultaba un fracaso, no habría más testigo que el gato, que siempre huía del sonido de la aspiradora.
Temiendo por mi salud, sometí al accesorio tubular a una minuciosa limpieza con gel antibacterial y agua. Volví a unirlo al tubo de la aspiradora, me quité los calzones (dejé la falta puesta) y, cerrando los ojos, lo llevé a mi entrepierna. ¡Oh, la sensación de succión! Inmediatamente me recordó a Alfonso, mi ex-novio, excelente amante que gustaba de chuparme el clítoris como si fuera popote. Y la sensación que me provocaba la aspiradora era extrañamente familiar.
Cada vez que acercaba el accesorio a mi vulva, era como estar nuevamente con las piernas separadas y la cabeza de Alfonso entre ellas. Esa sensación enceguecedora, ese miedo de perder la conciencia en cualquier momento, un delicioso mareo.
Desde que había abrazado la idea como posible, había comenzado a lubricar, pero en ese momento de descubrimiento, sentía mi vagina más húmeda y caliente. Al sentir que las rodillas se me doblaban, decidí recostarme en el suelo. Ahí disfruté aun más la doble sensación de succión y vibración que el objeto de limpieza me regalaba, evocando el día de mi cumpleaños # 23 en una cama del Hotel Roosevelt.
A tal grado había llegado mi placer que incluso sentía mis pezons luchando contra la tela del brassiere, quería arañar el suelo y la única manera de contener un sonoro gemido era mordiéndome el labio.
Con mi mano libre, comencé a recorrer mi cuello, el pecho, tratando inútilmente de desabotonarme la blusa, el abdomen, los muslos. Cada caricia la sentía como gloria y a tan sólo pocos minutos la sentí llegar. Retorciéndome y moviento la cadera, experimenté un húmedo, violento, intenso y exquisito orgasmo. Sin poderlo evitar, un grito de placer se escapó de mi garganta hacia mi boca y de ahí al espacio. No me preocupé mucho entonces y seguramente los vecinos pensarían que estaba cantando.
Cuando me levanté para apagar el aparato, mi clítoris palpitaba agitado y yo apenas podía recuperar la respiración. Este experimento había resultado de verdad muy positivo. Me incorporé por completo y fui al baño. Me miré en el espejo y descubrí una sonrisa que hace muchos días no se asomaba.
Hoy mi madre me mostró un catálogo con un "super ofertón" de aspiradoras de última generación, para que considerara sustituir al vejestorio. Me negué terminantemente. Mi madre no sabe de la estrecha relación que hay entre mi aspiradora y yo. Mi casa no estará muy limpia, pero yo cada sábado sonrío.
Me pregunto si existe una parafilia que defina el sexo con electrodomésticos.
1 comment:
¿Porqué ya no escribes? ¡Me agrado mucho tu post! Saludos
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